Justicia para Talara
Todo el norte del país espera la modernización de la refinería de Talara
Más que los fans de una estrella internacional, los pobladores de Talara esperan “el autógrafo” del ministro de economía, Luis Miguel Castilla. Y no es que Castilla sea un nuevo concursante en “La Voz” o “Yo Soy”, ni que haya destacado por sus habilidades físicas en “Combate” o “Esto Es Guerra”. Lo que ocurre es que Castilla tiene en sus manos el futuro del pueblo de Talara. No, tampoco es que se vaya a lanzar a la alcaldía de dicha provincia. El ministro retiene en su escritorio la autorización para que el Estado avale la inversión en la modernización de la refinería de Talara. Argumentos para que firme o deje de hacerlo abundan, el asunto es que el gobierno sea claro y tome una decisión (el presidente anunció el último 28 de julio que la modernización iba, pero Castilla es hábil en el uso de “la mecedora”), pues para la refinería más antigua del Perú, ha empezado hace rato la cuenta regresiva.
Las calles del pueblo de Lobitos, con sus edificios abandonados y el viento levantando la arena y chiflando por las esquinas descascaradas de los antiguos palacetes, es lo más parecido a la imagen que todos nos hemos hecho alguna vez de un pueblo fantasma. “Esa casa que está derrumbada era de los altos mandos del ejército, pero anteriormente era el Casino de la empresa. La que está más acá, donde dice ‘surf’, era también de los militares”, comenta Martín Rodríguez, pescador veterano de Talara, dando cuenta de cómo el pasado esplendoroso del distrito, otrora reflejado en sus hermosas casonas de madera importada, se está cayendo literalmente a pedazos.
Rodríguez señala a las chabolas que se levantan en la parte alta de los cerros: “La misma gente de aquí se robaba los techos, las tablas y todo lo que podían. Con eso es que han hecho sus casas ahí en el pueblo. Es que era de nadie. Pero en la época de los militares era bonito, los desfiles eran hermosos, nosotros bailábamos ahí marinera, tondero y otras cosas, y bonito tocaba la banda”.
Decir que Lobitos refleja lo que fue en algún momento y lo que es hoy la industria petrolera en el Perú, está lejos de ser una exageración. Desde que a principios del Siglo XX la Lobitos Oilfields Limited instaló allí su campamento para hospedar a los directivos y trabajadores de la empresa, la vida de su gente dio un vuelco. La compañía importó toneladas de pino de los EEUU, construyó casas de cercas blancas y edificios que seguían los patrones arquitectónicos de las ciudades norteamericanas, además de poner una planta desalinizadora para dotar de agua al pueblo y una iglesia al servicio de la ciudad. Incluso en Lobitos se instaló el primer cinema de todo Sudamérica.
A lo largo de casi todo el siglo pasado, los pobladores de Talara tuvieron un nivel de vida por mucho superior al del resto del país, con sueldos y servicios públicos más propios del primer mundo. Pero hoy el futuro de sus habitantes pende de un hilo. O mejor dicho, de una firma: la del ministro de economía, Luis Miguel Castillo Rubio.
¿Por qué es tan importante esa firma? Porque de acuerdo con la Ley 28694, para el año 2016 en el Perú solo se podrán comercializar combustibles limpios, es decir, combustibles que no excedan las 50 por partes por millón (ppm) de azufre (hoy llegamos hasta las 5,000 ppm). Para que ello sea posible, la refinería de Talara –y dicho sea de paso, también la de La Pampilla– debe invertir en una planta de desulfurización, de manera que pueda producir un combustible limpio. Y para conseguir el financiamiento que dicha inversión requiere, es necesario el aval del gobierno central. Si Talara no emprende de inmediato la modernización que exigen los parámetros medioambientales internacionales, al entrar en vigencia la ley simplemente tendrá que cerrar sus puertas y mandar a sus casas a cerca de 5,000 trabajadores.
¿Vale la pena la inversión?
Lo que muchos tecnócratas como el ministro Castilla se preguntan es si resulta razonable invertir los US$ 2,730 millones que requiere la modernización de la refinería de Talara. Las opiniones al respecto están encontradas (en una próxima entrega hablaremos de los argumentos en contra de la modernización de la refinería nacional), pero lo que ningún técnico o entendido en la materia puede negar, es el valor social del proyecto. No llevar a cabo la modernización implica el cierre de la refinería y la pérdida de más de 5,000 empleos directos solo en Talara, e indirectamente la cifras de desempleados puede ser varias veces esa cantidad, tomando en cuenta todas las demás actividades relacionadas con esa población. En buen cristiano, esto significa que si muere la refinería, mueren también el comercio y los servicio que hoy demanda Talara, porque todos esos proveedores se quedarían sin clientes. Tal vez lo único que sobreviviría sin cambios sería la pesca, que es una actividad marginal dentro de la economía de la zona.
“Si desde el punto de vista económico la decisión podría ser cerrar; desde el punto de vista social modernizar la refinería se convierte en algo inevitable, pues de lo contrario dejaríamos a 5,000 personas en la calle. Esa es una realidad. ¿Ese escenario es sostenible socialmente para el gobierno? Con la crisis parlamentaria y los bajos niveles de aprobación, no lo sería. Si yo soy Repsol y se da la coyuntura, ¿qué hago? Cierro la refinería e importo combustibles y no pasa nada. Pero si soy el Estado ¿Qué hago? ¿Puedo considerar cerrar? No, no puedo, porque eso significa una cantidad enorme de despidos, un pasivo que no puede sostener un gobierno tan débil como éste, ni tampoco lo pudieron haber soportado Alan García o Toledo (quienes por cierto, en su momento aprobaron el proyecto de modernización). Entonces hay que hacerlo. En las actuales circunstancias podría ocurrir una explosión social en Piura. En Talara se han generado muchas expectativas, personas y empresas que creían que ya les iban a dar trabajo, pero después de dos años empiezan a sentir que no les van a dar nada; el descontento social es muy fuerte en el norte y yo creo que eso es algo que la oficina que dirige Vladimiro Huaróc (la Unidad de Conflictos de la PCM) no lo está valorando”, reflexiona César Gutiérrez, ex presidente de Petroperú.
Privatizaciones y privaciones
Volvamos unos minutos a los años 90. Hay una nueva ola que recorre la mayoría de países de la región. La ola viene con una receta conocida como el Consenso de Washington, y se trata en líneas generales de una serie de pautas de sentido común en el manejo fiscal, sentido común que ciertamente parecía haber estado ausente en la región, en medio de la farra de los gobiernos populistas de los años 80. Pero la receta tiene también una carga ideológica en sus ingredientes, y ese componente prescribe que el Estado no debe ser propietario de empresas, mucho menos de empresas energéticas, sectores que debido a la ineficiencia del Estado y su potencial generador de impuestos, dice el recetario, debían ser entregadas a empresarios privados. Así que de un extremo a otro de la región latinoamericana se privatizan y desarticulan las empresas estatales de petróleo y energía. Por esa época, Argentina y Perú eran los alumnos más aplicados del momento, así que las petroleras más afectadas resultan siendo YPF y Petroperú. Chile y Colombia, dos de los países más liberales de Sudamérica, no tomaron para sí mismos la receta privatizadora en petróleo.
En nuestro caso, las actividades de exploración, extracción y comercialización fueron entregadas a empresarios privados, lo mismo que la principal refinería del país, La Pampilla. A Petroperú se le dejó la operación que se creía menos rentable económicamente (el hueso), pero que además era la más costosa socialmente: la refinería de Talara, inaugurada el año 1919 y que en ese momento solo procesaba el 30% de la demanda nacional.
La prescripción privatizadora presagiaba un venturoso porvenir en producción de hidrocarburos en nuestro territorio tras el ingreso de capitales privados. A mediados de 1995, el diario Expreso celebraba ya la existencia de un boom petrolero en el Perú. Pero lo que ocurrió fue todo lo contrario: a partir de los 90’s en nuestro país hubo menos exploración, menos producción, e incluso la principal refinería del país (La Pampilla), ahora en manos privadas, arrojaba utilidades inferiores o similares a las que al mismo tiempo generaba la “obsoleta” refinería estatal de 1919, Talara. En tres de los últimos cuatro años, Petroperú obtuvo con su refinería antigua (considerada por muchos de sus opositores como “una cafetera vieja”) una renta neta superior a la de RELAPASA (La Pampilla). Digamos que en lo que respecta a empresas de refinación de petróleo, la administración pública fue mucho más eficiente que la privada.
Por otro lado si bien hay quienes consideran que el Perú debería abandonar la idea de refinar petróleo para dedicarse simplemente a importar, alegando que esa decisión sería la más económica y rentable, la realidad es que Lima y la Sierra Central no son el Perú, y esas son los únicas zonas que le interesa abastecer a la privada REPSOL, en tanto el resto del país, al parecer no le es lo suficientemente atractivo. Y si Petroperú pierde la renta que obtiene por refinar petróleo, difícilmente podría seguir subsidiando el transporte de combustible al resto del país, ese costo sería sumado al precio de venta en provincias, con lo que se ocasionarían mayores desigualdades entre Lima y las provincias (que pagarían precios más altos por los combustibles).
De acuerdo a la Constitución, el Estado cumple un rol subsidiario en la economía, por lo que solo se justifica la existencia de empresas estatales ahí donde no le es rentable al privado operar. ¿Pero que implica ese rol subsidiario? Que alguien tiene que pagar por esa subsidiaridad y si no queremos que ese pago se haga vía impuestos, tiene que seguir saliendo de la rentabilidad de las operaciones empresariales del propio Estado. Si el país pierde la renta refinera (que es cierto, tiene un bajo margen de utilidad, pero debido a los altos volúmenes consumidos, hacen de Petroperú la empresa peruana que más aporta al Estado) y encima carece de estaciones de servicio propias (donde sí se obtiene un gran margen de utilidad), sería imposible que pueda subsidiar el transporte del combustible a las regiones norte, oriente y sur del país.
“A la gente que trabaja en el negocio de hidrocarburos lo que le interesa es el margen máximo. El margen máximo lo tienen los grifos y la producción de petróleo, y el “hueso” lo tienen las refinerías. Pero, por otro lado, uno tiene que ver el interés de la población: tener asegurado el suministro de combustible y pagar precios razonables por este. En el Perú los márgenes son bastante altos”, dice el ex ministro de Energía y Minas Carlos Herrera Descalzi.
Planeamiento estratégico
Cuando se habla de petróleo y planeamiento estratégico, la mayoría piensa que se trata de protegernos de una eventual guerra con alguno de nuestros vecinos. Pero una guerra no es el único escenario para el que debemos estar preparados: la geopolítica petrolera es bastante importante incluso en estos tiempos.
“El petróleo es poder y tras él hay muchísimo dinero. El mundo consume algo más de 90 millones de barriles de petróleo por día y con un precio referencial de 100 dólares el barril tenemos algo más de 9 mil millones de dólares al día solamente en petróleo, no en derivados que tienen valores mucho más altos. Si el Perú tiene la capacidad de refinar su petróleo y otros petróleos de mayor calidad, entonces alcanzaría una determina independencia energética, y ese es el sentido de la refinería de Talara. En el año 73 y en los 80, hemos visto bruscas subidas y caídas de los precios del petróleo. También los hemos visto a principios de este siglo. Entonces, si el pasado ha sido turbulento, es muy difícil pensar que el futuro no lo sea”, recalca Herrera Descalzi.
César Gutiérrez también cree que el Estado no puede, por estrategia, desligarse del negocio petrolero, y pone como ejemplo las emergencias nacionales: “A pesar que en términos económicos la refinación no genera grandes beneficios, tengo zonas donde soy el único oferente y en nombre de eso es que no debo cerrar. Pero también porque cuando ocurre una eventualidad, y yo la he vivido en el terremoto de Pisco en el 2007 cuando era presidente de Petroperú, se necesita que responda el Estado, pues los privados no lo hacen. Cuando ocurrió un desastre con muertos, con gran destrucción de infraestructura, ¿qué fue lo que hizo el privado? Pues lo que hizo fue cerrar sus operaciones locales, porque la crisis que vivía el Sur no era su problema. Petroperú fue quien tuvo que correr con los sobrecostos de la seguridad, el transporte, las bombas, cámaras de refrigeración, etc. y atender la emergencia.”
Salud
Hay un argumento adicional a favor de la modernización de la refinería de Talara, y está referido a la reducción del nivel de partículas contaminantes (PM) en el combustible, con la consecuente reducción de enfermedades respiratorias, en Talara y otras ciudades de la costa peruana. El azufre que actualmente tiene el combustible que proviene de las dos principales refinerías del país, tiene un correlato directo en el número de admisiones hospitalarias por enfermedades respiratorias y cardiovasculares, visitas a salas de emergencia, días laborales perdidos, etc. Un estudio de la consultora Macroconsult (“Impacto Económico y Ambiental del Proyecto de Modernización de la Refinería de Talara”, un resumen del cual se puede ver aquí) concluye que solo por la reducción de la contaminación ambiental que produciría la modernización de la refinería de Talara, el Estado peruano se ahorraría US$ 116 millones al año. No es poca cosa.
Finalmente, ¿es rentable el proyecto?
El estudio de Macroconsult mencionado es bastante auspicioso respecto a los beneficios del proyecto. Además de los US$ 116 millones de ahorro al año en temas de salud, la consultora señala que a partir del 2016 una renovada refinería de Talara aportaría US$ 312 millones cada año al PBI y US$ 235 millones adicionales en impuestos al Estado, además de que reduciría la importación de combustibles líquidos en US$ 1,450 millones anuales.
Si nada de lo anterior hace repensar su posición a los escépticos, los ingresos adicionales que aportaría una refinería renovada debido al aprovechamiento de los subproductos del petróleo o “flexi coker”, algo que en la jerga de refinería petrolera se conoce como “exprimir el fondo del barril”, es decir, una de las principales ventajas de invertir en modernizar la refinería sería poder aprovechar los petróleos extra pesados que antes eran descartados, lo que gracias a los precios y tecnologías actuales, mejoraría significativamente la rentabilidad de la empresa.
“En el Perú extraer un barril de petróleo nos cuesta unos 15 dólares. ¿Y a cuánto se vende la gasolina en el Perú? A 250 dólares. Cierto que para convertirla hay que gastar en transporte, refinación, en la comercialización mayor y menor, más los almacenamientos y otros costos, pero todos esos costos están lejos de llenar esa diferencia tan grande entre el costo de extracción y el precio de venta. Ahora, la gasolina tiene un precio muy alto y el negocio está en los ligeros (gasolinas) y medianos (diesel), mientras que la mayor parte de los residuales están por debajo del precio del petróleo. El craqueo, que es para lo que se quiere modernizar Talara, consiste en agregarle equipamiento de proceso que rompe las moléculas del crudo y logra aumentar la producción de refinados, que es lo más rentable”, explica Herrera Descalzi para darnos a entender que, por donde se le mire, la modernización de la refinería es un buen negocio.
Lejos de estas disquisiciones, a casi 1,200 kilómetros de Lima, Martín Rodríguez observa el atardecer de Lobitos. Señala a los turistas que llegan a la playa para desafiar a sus olas, y cuenta cómo de no ser por los flacos y melenudos turistas surferos, la totalidad de las casonas del balneario ya habría desaparecido. Ellos han reemplazado a los viejos operarios de la petrolera, que antaño eran los dueños del balneario. Se detiene unos minutos frente a la vieja escuela, ahora casi completamente derruida.
“Tengo una hija que va a la primaria”, se apresura en aclarar. “En Nuevo Lobitos está el colegio, primaria y secundaria. Pero no es lo mismo, antes primaria estaba acá y era muy bonito. Ahora solo quedan algunos tablones”.
Una calamina se tambalea sobre el techo de la vieja escuela, resistiéndose a la caída.
FUENTE: Dedomedio
http://dedomedio.com/populares/talara-en-busca-de-una-firma-i/